El Divino Vino

En nuestra edición de verano no podría faltar un especial donde hablemos de vino por lo que invitamos al Sommelier Víctor Manuel Alba, egresado de la Universidad del Vino de Suze La Rousse Francia, quien a través de su conocimiento y experiencia, nos invita a disfrutar y conocer más del vino.

 

Por: Sommelier Víctor Manuel Alba / Foto: LF La Revista

 

Ríos de tinta se han escrito sobre los milagros divinos, la fe de la humanidad y ríos de vino se han bebido manteniendo esa fe. Independientemente de las creencias religiosas que tengamos, un hecho muy real y a veces pasado por alto es la relación que ha existido desde que el hombre es hombre entre el mundo de lo divino y el mundo del vino.

Antiguamente estos dos eran tan inseparables como la viña y el terruño, en una época cuando el proceso de fermentación era completamente desconocido para nuestros antepasados. La gracia y el favor de los dioses permitían que mágicamente este mosto de las vides se pudiera convertir en un brebaje con propiedades enervantes, festivas, amorosas e incluso, medicinales.

Se creía que sin la intervención del mundo sobrenatural, el vino simplemente no sería posible, por lo que su consumo se reservó no en pocas ocasiones a clases gobernantes y religiosas, siendo algo más que un lujo para el hombre común. Hagamos un pequeño paréntesis ¿cómo era el vino en aquellas épocas? Dejemos lejos las imágenes tan habituales para nosotros de vinos cristalinos y de aromas bien definidos, producto de una ciencia enológica que ha madurado por miles de años.

En aquellas épocas el vino era turbio, algo ácido e incluso estaba mezclado con algunas otras frutas y hierbas aromáticas, cosa que poco cambiaría hasta después de la época romana.

Esta conexión entre el vino y lo divino se puede encontrar desde la época Egipcia, cuando Osiris era el dios patrono del vino, quien regalaba la sangre del Sol a los hombres. En la antigua Grecia se encuentra la figura del dios Dionisio, quien permitía que se transformase el mosto en vino, una divinidad que se relacionaba con el lado de la sabiduría y del arte en el vino, siendo también patrono del teatro, es decir, una figura que hacía a los hombres sabios en la embriaguez. Los griegos tenían dos clases de vinos, por un lado estaba el oinos (palabra de la cual toma su nombre la enología), que estaba dirigido al consumo de los hombres; y el akratos, vino que se destinaba a las ofrendas de los dioses y se decía que ningún hombre debía beberlo ya que causaba locura.

Para la época romana los métodos enológicos se refinaron más, pero no sus dioses, la figura de Baco tomaría el lugar de la divinidad del vino, era un dios que veneraba la fiesta, la lujuria, el exceso y la embriaguez, de ahí la palabra bacanal. Los romanos apreciaban esta bebida, no solo por su sabor sino como medicina, e incluso como método para purificar el agua.

Para la edad media en Europa, la estafeta de la vitivinicultura caería en los monjes cristianos, durante siglos ellos fueron los únicos que producirían vino en Europa, siguieron mejorando las técnicas enológicas, y guardando celosamente sus secretos. Eran tan afanosos en la producción de vino pues la misa cristiana así lo requería, por lo que era habitual que cada monasterio contara con viñedos. Esta relación entre la cristiandad y el vino se origina en el momento que Jesús transforma el agua en vino durante las bodas de Caná (el único milagro que María encomienda a su hijo) y continuaría hasta el momento de la última cena cuando el pan y el vino se transformarían en carne y sangre del mesías. Fueron estos mismos monjes, quienes empezarían a tener un primitivo concepto de lo que hoy llamamos terruño, al darse cuenta que las uvas de un lado del monasterio sabían ligeramente mejor que las del otro lado, por lo que empezaron a dividir los viñedos y clasificar según su calidad.

Durante más de mil años la vinicultura seguiría siendo vista de esta manera, como un evento espontáneo y mágico, una mística poción para la alegría y la salud de la humanidad. Hasta que en 1856 Louis Pasteur desentrañó los misterios de la fermentación y reveló al fin el secreto de los dioses, mostrándole a la ciencia la existencia de levaduras que permitían al mosto volverse vino. Y la enología nunca volvió a ser igual después de ese momento.

¿Pero quién dice que nosotros estamos tan lejos de las creencias de nuestros antepasados?

Tal vez la forma en la que vemos esas antiguas propiedades mágicas en el vino, no esta tan lejos de la admiración que nos producen las más reconocidas “Denominaciones de Origen”, cuando escuchamos los nombres, Borgoña, Burdeos, Rioja o Toscana, todo conocedor sabe que se le habla de tierras santas del vino y son un recordatorio inconsciente del espíritu de la tierra que bebemos desde las copas y en la fe que tenemos en la próxima añada.

Por lo que siendo Querétaro el segundo estado de la República Mexicana con más producción de vino -después de Baja California-, este verano te invitamos a realizar la “Ruta del Queso y el Vino”, la cual te acercará a conocer las vitivinícolas de la región, donde destacan; Finca Sala Vivé By Freixenet México, conocida también como finca Doña Dolores y la cual es una de las casas vitivinícolas más importantes de América Latina. Viña del Cielo, Viñedos La Redonda, Bodegas de Cote así como Donato, una de las casas vitivinícola más jóvenes del Bajío.

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